Era algo increíble. Todo me iba bien. Llegaba a la estación y siempre me llegaba justo al toque el tren. ¿Qué mas glorioso que eso? O al menos eso me dijo el Petiso. Porque la verdad yo nunca viví lo que es estar llegando al anden y que se me vaya. Pero me imagino la frustración. O no encontrar donde estacionar en el casco histórico de San Isidro. No digo que no sea un mortal. Simplemente que nací con la mejor suerte.
Vayamos al grano. Nunca trabaje. No, jamas compre el kini. No por problemas morales. Imagínense lo que sería que una misma persona se gane diez veces la lotería. No queremos llamar la atención. Entonces se me ocurrió lo de las rifas. A beneficio del club de jubilados. Misión en Formosa de los jóvenes de la parroquia de San José. Viaje de Egresados. Gira del club de Rugby Regatas. Etc. Etc. Y me gané de todo. Desde un cordero, cuadros JJS, playstation 4, hasta entradas para Paul McCartney. Algunas cosas conservé, otras regalé y otras vendí. Pero necesitaba una pantalla. La clásica. Consultor. No pregunten de qué.
Años maravillosos disfruté. Ya se la ven venir. Sí, hubo un quiebre. Déjenme que les cuente. 2006. Cumplía 25 años. No se si habrá sido algo del destino por el hecho de que haya ocurrido justo en mi cuarto de siglo, o porque pasó un puto cometa, pero ahí fue cuando ocurrió. Me junté a tomar un café con un primo de Barcelona, que estaba de paso por Buenos Aires. Perfecto. Cafe Martinez, local original. Llego y con él había alguien más. Buenas, qué tal. Se ve que mi primo andaba con un amigo de Cataluña. Me cayó bien al instante. Charla que va, charla que viene. Hasta que, claro esta, le pregunté de que laburaba. Quote: "Hmm, de todo un poco. Últimamente consultor". Automáticamente volqué el café. Qué pelotudo, se me resbaló la taza, no se preocupen. ¿Y? ¿Te va bien? Digo, ¿vivís cómodamente? Tengo un depto en el centro, una casa en las afueras, otra en Tossa de Mar, un audi A4 y tres de colección. No me puedo quejar.
A los 27 años, muy bien, te felicito -le dije-, bien logrado. Y ahí fue cuando caí sobre la silla, aunque ya estaba sobre la silla jeje: mi primo dijo: no es gran mérito de su parte, pasa que es el hombre más suertudo del mundo.
"Fuck".
No se si me siguieron hasta ahora. Pero traten de entender lo que yo ví en ese momento. Yo era el hombre más suertudo del mundo. Y me encontré con otro el-más-suertudo-del-mundo. Claramente no pueden coexistir dos máximos. Entonces había dos posibilidades. O los dos desaparecíamos automáticamente del café Martínez, o, simplemente se nos iba la suerte. Así que para evitar cualquiera de las dos eventualidades, salí corriendo siete cuadras y media en cualquier dirección que fuera. Después me detuve y me puse a pensar. Tranca, está todo bien. Y fíjense que inmediatamente me cayó en la cabeza un cago de paloma. Confirmado. La suerte me sigue acompañando. Relajación... Pero dos segundos después me cayó otro cago, y otro, y otro, y otro. Empecé a correr ¡y me perseguían los cagos! Me puse abajo de un techo, y ¡chan! El techo se cayó. De ahí a la vuelta a casa me caí quince veces ya sea por patinaje, o por tropiezo. Me mordió un caniche, ¡un caniche! ¿A quién carajo lo muerde un caniche? Me escupieron, me pegaron - me confundieron con alguien que les debía guita. Me pidieron perdón -, me asaltaron. En uno de los tropiezos vino un tipo y en vez de ayudarme a pararme ¡me meó encima! En fin, ya entendieron. Me cambió la suerte.
Llegué a casa y me puse a estudiar la situación seriamente. Muy seriamente. Al cabo de un rato no muy largo concluí que si un suertudo me sacó la suerte, entonces un yeta me iba a sacar la mala suerte. Tenía que ser así. Esperemos.
Salí a la calle desesperado a buscar a un homeless. Y si ¿no? Todo bien con los homeless, pero claramente no están en una buena situación. Voy al centro y me pongo a caminar. Nada. ¿Dónde están los homeless cuando se los necesita? Le pregunto a un kioskero a ver que onda y me dice que los servicios sociales habían rescatado a miles de vagabundos las últimas semanas. Pero que no desesperara. Que en la 31 seguro quedaban un par. 11 de la noche. Un rubio de ojos celestes por la 31... Buen. Estaba jugado así que fui. No me hicieron nada los vecinos. Sólo un borracho me tiro un tetra por la cabeza ¡y le erró! Sólo salpicó toda mi camisa nueva. Pero considerando mi suerte, eso es buena suerte.
Encontré un tipo tirado contra las vías descansando. Y le dije, disculpe hermano. ¿Le puedo hablar? Cómo no, la compañía siempre es bienvenida. Dígame, ¿usted de dónde es? Porteño hasta la medula. Claro, claro. Pero me refiero, por donde vive. Aaaaaaaa. Depende qué día. ¿Qué aventura no? O sea... ¿no tiene casa? Que a usted no le guste no significa que no tenga. Buen buen, claro. Pero lo que quiero decir, es que no tiene paredes.

Y para qué quiero paredes?

Si el viento trae el calor.

Y cuando lo olvida

mi hermano me abriga.

Las nubes son los hisopos de Dios, que todo lo limpian. 

Cuando están de turno

a un lado me hago, toque nocturno o diurno.

Si hambre tengo

no falta quien oiga mi lamento.

Soy feliz. Nada me falta.

Pasmado me despedí del buen hombre y comprendí que me dio mucho que pensar.
Por supuesto mientras caminaba hacia mi depto metía mi pie en cada pozo con que me cruzaba.

Me da pereza seguir escribiendo. Les cuento el final. Un día me crucé con una chica, hubo química y la mala suerte se fue. Saben. Después fui al kini, como para testear. Me gané $25. ¡Que suerte!


Luis María

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